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La vida es un regalo. Vivir es una alegría, un don gratuito, que debemos agradecer día a día. Tanto más, cuando vemos a quienes sufren, mueren tempranamente, sufren soledad o pobreza. Pero la vida es don y tarea. Porque es tarea, se vive mejor, se es más feliz, regalando vida a otros; haciendo que otros participen de esta misma alegría. Son muchos para los cuales el vivir es más una desgracia que una bendición. Sufren enfermedades, soledad, pobreza, incomprensión. Solo compartiendo nuestra vida con otros, ella adquiere su verdadero sentido. Y el verdadero sentido se encuentra con los otros y de cara a Dios. Dios no estorba, no molesta. Cristo, que no pide nada, lo da todo. Fuimos creados para amar y darnos a los demás. Solo así vivimos plenamente y llegamos a ser verdaderamente felices. Si no cambiamos de hábitos, nos vaciaremos indefectiblemente. Y en cada uno está la clave para no desfallecer, para no transformarse en un autómata, esclavo de sus compromisos, agendas, horarios. Solo llenando el alma de Dios y con Dios, oxigenándola; compartiendo más con los demás, descubriendo lo mejor del otro, podremos finalmente vivir mejor, ser más solidarios y más felices.

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